La Fundación Belarmino Fernández Iglesias, que comienza ahora una segunda etapa, posee un espíritu que deriva directamente de la personalidad del fundador. Radicada en su tierra natal y con visión universal, Galicia en la retina y América Latina como referencia permanente.
Años atrás, más de 20, conocí a Belarmino en uno de sus restaurantes, el de la Calle Alameda Santos de Sâo Paulo, con ocasión de una visita académica a la Fundación Armando Álvares Penteado. Quienes le acompañaban eran personas ligadas a la literatura y a la diplomacia y allí supe de sus inquietudes por ayudar al mundo cultural, uno de cuyos ejemplos es el Colegio Miguel de Cervantes, verdadero proyecto pedagógico de integración multicultural, del que fue fundador y en el que hoy le ha sucedido su hijo Belarmino como miembro del Patronato.
De inteligencia contrastada e intuición sobresaliente, el fundador estuvo siempre en la vanguardia de su oficio y, para ello, adquirió una hacienda en Mato Grosso del Sur, que abarca 100 kilómetros de perímetro y 36 de ríos navegables. Allí inició la cría de la raza brangus, híbrida de angus y cebú, mestizaje muy adaptado al clima de Brasil. Y, como marca de la casa -inquietud por la formación de quienes carecían de oportunidades-, abrió la primera escuela radicada en una “fazenda”, motivación que siempre convivió con la de apoyar sus referentes gallegos, no en vano presidió hasta su fallecimiento la Sociedad Benéfica Rosalía de Castro, de Sâo Paulo.
Iniciada una amistad que duró hasta su muerte, tuve la oportunidad de dirigir encuentros académicos, tanto en Brasil como en Galicia, sobre temática económica y social. Especialistas de universidades americanas y europeas, así como expertos de otras instituciones, participaron en jornadas y seminarios, dando lugar también a varias publicaciones. El mismo Belarmino inauguró o clausuró algunos de esos eventos, siendo testigo de cómo el milagro se había producido: aquella gente que provenía, en buena parte, de ciudades y metrópolis, había conseguido llegar a Rosende (Sober), muy lejos de los ejes del dinamismo económico y urbano, respondiendo a su convocatoria.
“Figura de proa de la gastronomía nacional”, en expresión feliz de la revista “Veja”, la misma que reconoció que había levantado un imperio de la nada, Belarmino quiso que en Rosende existiese una centro para enseñar aquello que él tuvo que aprender como autodidacta. Y aunque hoy en Galicia existe una oferta formativa excelente en ese campo, la Escuela de Hostelería aneja al Pazo de Ribas se ha consolidado como una marca de calidad, tanto en la demanda de formación como en la oferta de puestos de trabajo para sus egresadas y egresados.
La Fundación, radicada en un entorno natural privilegiado, retoma con ánimos renovados sus actividades genuinas, a pesar de las circunstancias marcadas por la pandemia. Con espíritu de servicio e impregnada de sentido humanístico en su acción social, intentará interpretar la voluntad del fundador, recordando lo que un día leí en el reverso de una de las Medallas que Belarmino había recibido por su trayectoria: “Olor a tierra ausente, a perfume de luz”, palabras de Unamuno. Pero la ausencia no significa oscuridad, como se comprueba en la benefactora iniciativa de un gallego de bien.
LUIS CARAMÉS VIÉITEZ
PRESIDENTE