Acostumbrados estamos a pensar en profesiones que vienen a ser sota, caballo y rey, convencionales, con algunas novedades que intentamos se puedan subsumir en grandes categorías referenciales: artes y humanidades, ciencias, ciencias de la salud, ciencias sociales y jurídicas, ingeniería y arquitectura. Pero en medio se cuelan otras formaciones, que sólo cuando tenemos contacto con ellas, caemos en la cuenta de su interés y, en no pocas ocasiones, de su función social.
Se degusta un vino, se vaporiza un perfume y no siempre recordamos a enólogos, sumilleres o perfumistas, oficios que dependen, de un modo crítico, del gusto y del olfato. Y quienes enseñan en las escuelas correspondientes, constatan una obsesión en el alumnado: si la pandemia les alcanza, ¿se verán afectados esos dos sentidos? Escuché a un estudiante ya recuperado, que se había quedado –de momento– en un 10 por ciento de su capacidad olfativa y lo decía gráficamente: fue repentino e intenso, lejos quedaban los recuerdos de las catas, con su dificultad. La ciencia dice que en dos o tres meses el olfato y el gusto se recuperan, pero la inquietud y las dudas no hay quien se las saque de encima.
Reconozcamos que en esto del coronavirus la nebulosa científica es grande, por lo que los desajustes derivados de padecerlo, están sujetos a cierto empirismo, lo que es normal. Conocimiento e intuición, para ayudar a gentes como una perfumista que, de la noche a la mañana, lo mismo podía comerse una ristra de ajos que oler preparaciones fuertes, todo se resumía en lo mismo: nada. Y cuando recuperó esas facultades, volvieron muy intensas, como si la nariz fuese una lupa y la lengua un detector ultrasensible de sabores.
Un auténtico dolor de cabeza como para demandar que se considere enfermedad profesional, ya que quienes se ven afectados, no pueden trabajar en condiciones. A no ser que recurran a la técnica utilizada por Louis de Funes en la película L’aile ou la cuisse –muslo o pechuga–, pues el cómico, en papel de sumiller, y habiendo perdido el olfato, recurrió a la demorada observación del color del vino, “un poco violeta, con un brillo bello: es un Bordeaux, el vino es también el sol, añada excepcional…” Me temo que no sea una solución, el problema está ahí, hasta el punto de que aparecen ya por Europa ofertas de cursos para recobrar olfato y gusto, esos sentidos que nunca descansan y que desorientan al desaparecer, pues el 80 por ciento del sabor se da a través del olfato. Nunca mejor dicho, estamos del coronavirus hasta las narices.
LUIS CARAMÉS VIÉITEZ
PRESIDENTE
Columna publicada en El Correo Gallego.